mardi 12 mai 2009

La pluie


Les cent mille doigts de la pluie
tambourinent sur mon toit gris,
la pluie, la pluie, la pluie, la pluie,
berce ma grise songerie.

Elle est petite, elle est tranquille,
la pluie qui caresse la ville,
elle s’étire, elle s’effile,
chantant des romances faciles.

J’écoute ses légers ruisseaux
et je vois ses patients fuseaux
tisser les plus subtils réseaux
de dentelles d’argent et d’eau.

Pluie menue, ô pluie passagère,
tendre pluie, onde potagère,
tu t’enfuis sans plus de manières
et tu vas rêver sous la terre…

Là-bas, dans la nuit et le vent,
les vagues s’en vont déferlant
avec de sombres hurlements
et ton dos se gonfle, Océan !



Pierre Gamarra

dimanche 10 mai 2009

Un regalo


La sirena de los barcos, la niebla, el mugido de la vaca, el musgo, la nariz de los perros, el fango, todas las cosas húmedas del mundo se parecen al resentimiento. Cuando algo duele, no hasta herir, pero sí hasta maltratar, el espíritu se reblandece, se licua como vela al fuego, y ocurren en la boca gestos húmedos que deforman los labios; en los ojos contracciones húmedas que anegan la mirada; en el espíritu reacciones húmedas que diluyen los conceptos. El resentimiento no tiene forma, o tiene la forma de todo lo esponjoso. No se proyecta, funciona hacia adentro, desintegrando gradualmente desde lo que ven nuestros ojos velados por el cóncavo cristal de la lágrima, hasta aquello que sentimos y que también se desintegra dejando en el recuerdo una imagen fantasmal. El resentimiento es una humedad del alma.

Seca y gris como la ceniza; seca y dura como la piedra; seca y movible como la llama; seca y fría como el metal; seca y quebradiza como el vidrio; seca y sonora como la campana; así es la soledad. Tocar por casualidad en la agitación de la calle el brazo de un hombre, no la remedia; rozar por accidente otra mano que ha quedado junto a la nuestra, tampoco. La soledad es ella dentro del bullicio; ella también en el silencio. Se mueve sin contaminarse entre las multitudes, porque la aglomeración de los cuerpos no destruye su rígida integridad. Al que está solo algo seco y también impermeable le sucede en el alma. Se lleva a sí mismo como dentro de una torre, o dentro de una concha por doquiera que vaya; proyecta su soledad como un miasma, y todos se alejan de él porque despide un tufo repelente. Al que está solo se le va empequeñeciendo el espíritu, agrandando el deseo como un hongo, desorientando el cerebro contra la pared sin eco del silencio, encogiendo la voluntad hasta topar con el sordo límite de la inercia; se le van entorpeciendo los gestos hasta llevarlo al abortado gesto de la imbecilidad. Al que está solo le suenan cascabeles de locura en la cabeza; en las manos le vibran temblores eléctricos de impulso fallido; de sus pies van colgando caminos largos hacia ninguna parte; en sus ojos los colores giran hasta producir vertiginosamente la negación de todos los colores. Al que está solo le crecen murallas por enfrente; se le agrandan los seres humanos hasta monstruos; se le confunden los árboles, los gatos y las puertas. Los gestos ajenos han de proyectarse ante la vista del que está solo como visajes innobles, porque no son para él. Huye, pero su miedo es, como el valor, una huida hacia adelante. Huye porque el antídoto de la soledad no es la compañía: es la palabra.




Un regalo. Extracto. Yolanda Oreamuno.